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¿QUIÉNES SOMOS?

Los Heraldos del Evangelio son una asociación internacional de fieles de derecho pontificio, la primera erigida por la Santa Sede en el tercer milenio, el 22 de febrero de 2001, durante la fiesta litúrgica de la Cátedra de San Pedro.

Principalmente formada por jóvenes, la asociación está presente en 78 países. Sus miembros de vida consagrada practican el celibato y se dedican plenamente al apostolado, viviendo en casas separadas por género. Alternan entre la vida de recogimiento, estudio y oración, y actividades de evangelización en diócesis y parroquias, con un énfasis especial en la formación de la juventud.

Aunque no profesan votos y permanecen como laicos, salvo aquellos que eligen el sacerdocio, los Heraldos del Evangelio practican los consejos evangélicos con pureza. Viven en comunidades masculinas o femeninas, fomentando la caridad fraterna, la disciplina, la oración y el estudio. Su formación, guiada por el Papa Juan Pablo II, busca que los laicos descubran y vivan plenamente su vocación y misión (Christifideles Laici, 58).

Los cooperadores, identificados con el espíritu de la asociación pero con compromisos sacerdotales, de vida consagrada, matrimoniales o profesionales, también se esfuerzan por vivir según el carisma de la Asociación. Estos laicos, casados, solteros, sacerdotes, diáconos, religiosos y miembros de otras asociaciones, dedican su tiempo libre a la Asociación y se comprometen a cumplir ciertas obligaciones.

ESPIRITUALIDAD

Los Heraldos del Evangelio tienen su espiritualidad cimentada en tres puntos esenciales: la Eucaristía, María y el Papa, tal como se define en sus estatutos: “La espiritualidad tiene como líneas maestras la adoración a Jesús Eucarístico, de inestimable valor en la vida de la Iglesia para construirla como Una, Santa, Católica y Apostólica, Cuerpo y Esposa de Cristo (EE.25,61); la filial piedad mariana, imitando a la siempre Virgen y aprendiendo a contemplar en Ella el rostro de Jesús (NMI.59); y la devoción al Papado, fundamento visible de la unidad de la Fe (LG.18).”

Estos puntos están representados destacadamente en el blasón que los distingue.

CARISMA

Su carisma los impulsa a actuar con perfección y pulcritud en todos los aspectos de la vida diaria, incluso en la intimidad, siguiendo el mandato de Nuestro Señor Jesucristo: “Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto” (Mt 5,48). Para un Heraldo del Evangelio, este llamado a la perfección no debe limitarse a los actos interiores, sino manifestarse en sus actividades, reflejando mejor a Dios.

Esto implica que el Heraldo del Evangelio debe infundir un sentido ceremonial en sus acciones cotidianas, tanto en la intimidad de su vida personal como en público. Ya sea en la obra evangelizadora, en las relaciones con sus hermanos, en la participación litúrgica, en las presentaciones musicales y teatrales, o en cualquier otra circunstancia, sus acciones deben estar imbuidas de esta búsqueda de perfección.

El Santo Padre, en la carta a los artistas, recuerda oportunamente la enseñanza del concilio vaticano II: “El mundo en que vivimos necesita belleza para no caer en la desesperación. La belleza, al igual que la verdad, es lo que trae alegría al corazón de los hombres. Este fruto precioso resiste el paso del tiempo, une a las generaciones y crea comunión en la admiración”.

EVANGELIZACIÓN CON LA CULTURA Y EL ARTE:

Reconociendo la Cultura y el Arte como eficaces instrumentos de evangelización, los Heraldos del Evangelio utilizan habitualmente la música, tanto instrumental como vocal. Por ello, han formado numerosos coros, orquestas y conjuntos musicales para llevar su mensaje de fe y esperanza a la sociedad contemporánea.

El Papa Francisco ha resaltado este importante papel del arte al recibir a los patrocinadores de las artes de los museos vaticanos durante su peregrinación a Roma, con motivo del trigésimo aniversario de su fundación. Recordó que, en cada época, la Iglesia ha recurrido a las artes para expresar la belleza de su fe y proclamar el mensaje del evangelio sobre la magnificencia de la creación de Dios, la dignidad del hombre creado a su imagen y semejanza, y el poder de la muerte y resurrección de Cristo para traer la redención y el renacer a un mundo marcado por la tragedia del pecado y la muerte.